Y tanto la
quería…
Ella era una
niña reservada y callada que nunca hablaba de nada aunque si que le gustaba
reír. Reía muy sonoramente con sonidos
como jipidos en donde solo se oía la vocal i.
Creció sola
con su madre. Su padre falleció cuando tenía 8 meses. La madre le confeccionó
un caparazón a su medida. A la medida de la madre. La protegía de todo lo que
según la madre era malo y que venía de la calle. Solo salía con su madre y al
colegio. En ese tiempo los niños y las niñas del barrio jugábamos en la calle
cada día. Jugábamos al pilla-pilla, a la comba, al elástico, al tejo y a juegos
de palmadas y canciones.
Ella,
nuestra vecina, la niña, nos miraba jugar desde el tranco de su puerta. Ese era
el único territorio más alejado de casa en donde le dejaba la madre estar.
Otras veces lo único que podía hacer era quedarse parapetada detrás de la
puerta asomada por la parte de arriba. La puerta era como algunas de las de
antes que se podían abrir media puerta o la puerta entera. Así que su madre
dejaba abierta la mitad de arriba de la puerta y cerrada la mitad de abajo. De
esta manera la niña podía observar la calle y nuestros juegos sin traspasar
siquiera el umbral de su puerta de casa.
La niña se
fue haciendo mayor sin pasar siquiera por la adolescencia. Con la mayoría de
edad y cuando salía a comprar con su madre parecían dos personas clónicas. Dos
mujeres de edad indeterminada, casi idénticas y siempre juntas.
Así
trascurría su vida. La más joven comenzó a trabajar limpiando casas de buenas
familias.
La mujer más
mayor se seguía haciendo mayor.
La mujer más
joven la cuidaba con mimo.
Y llegó la
pandemia.
La mujer más
mayor enfermó. Tenía patologías previas y en una de las visitas imprescindibles
durante el confinamiento que tuvo que hacer al centro de salud cogió la
enfermedad.
Fue
ingresada en el hospital.
La
separación con la hija no ayudó a la cura. Tampoco ayudaron las terapias
usadas. No pudo superarlo.
La hija mientras
su madre estuvo ingresada se quedó, como todos, en casa. Todo el tiempo estaba
a oscuras, rezando para que su madre se recuperara.
Desde que la
ingresaron no pudo ver a la madre ni antes ni después de fallecer.
La hija
quedó sumida en un mutismo y pesadumbre extremos.
La madre
quedó enterrada en el cementerio del pueblo.
Desde el día
en que se pudo salir a la calle y acudir al camposanto, la hija acudía cada día por la mañana y
también por la tarde a visitarla. Le limpiaba
la lápida cada día y se colocaba lo más cerca de ella que podía para hablarle
como si aún pudiera oírla.
Si
pudiéramos escuchar lo que decía le estaría diciendo que pronto se verían, que
no se enfadara con ella, que de un momento a otro estarían juntas.
Cada día la
mujer más joven estaba más hundida por no poder estar junto a la mujer más mayor
y ya no pudo más.
Escogió el día
y la hora. El día 1 de junio es el día
del Rocío, lunes de Pentecostés, una
festividad que pone término al tiempo de Pascua. En ella el Espíritu Santo
ofrece valentía y libertad y así mismo posibilita la comprensión.
Este día le
proporcionaba lo que necesitaba: fuerza y perdón.
Acudió al
cementerio vestida de domingo después de haber acudido a misa. Habló con la madre un buen rato. La
madre se mostró complacida según su percepción, ya no le regañaba. La hija le
había dicho que había llegado el momento de estar juntas.
Salió del
lugar y deambuló por la calle hasta que encontró la ocasión buscada. Después de
santiguarse se lanzó a la calzada justo cuando pasaba por allí un coche.
Abrió los
ojos mucho tiempo después.
- - ¿Mamá
, mamá estas ahí? -se le oyó decir.
La enfermera
le contesto:
- - Tranquila
estas a salvo, te recuperarás.
Cerró de
nuevo los ojos, dedicó unos minutos a entender que la nueva situación no era la
que esperaba. Pasó así un rato, ¿minutos u horas? El tiempo no se puede
cuantificar cuando todo trascurre con el pensamiento.
Se puede revivir un
minuto durante horas o toda una vida en un minuto.
Al abrir los
ojos de nuevo se le oyó murmurar en voz baja:
- Mamá lo siento tendrás que esperar un tiempo mas para que podamos reunirnos. Sé que lo haré pero no es el momento. Hasta pronto mamá ya te lo
contaré todo al verte, todo lo que viva a partir de ahora. Verás que cosas tan
sorprendentes te cuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario