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viernes, 5 de junio de 2020

Y tanto la quería

Y tanto la quería…

   Ella era una niña reservada y callada que nunca hablaba de nada aunque si que le gustaba reír. Reía  muy sonoramente con sonidos como jipidos en donde solo se oía la vocal i.
   Creció sola con su madre. Su padre falleció cuando tenía 8 meses. La madre le confeccionó un caparazón a su medida. A la medida de la madre. La protegía de todo lo que según la madre era malo y que venía de la calle. Solo salía con su madre y al colegio. En ese tiempo los niños y las niñas del barrio jugábamos en la calle cada día. Jugábamos al pilla-pilla, a la comba, al elástico, al tejo y a juegos de palmadas y canciones.
   Ella, nuestra vecina, la niña, nos miraba jugar desde el tranco de su puerta. Ese era el único territorio más alejado de casa en donde le dejaba la madre estar. Otras veces lo único que podía hacer era quedarse parapetada detrás de la puerta asomada por la parte de arriba. La puerta era como algunas de las de antes que se podían abrir media puerta o la puerta entera. Así que su madre dejaba abierta la mitad de arriba de la puerta y cerrada la mitad de abajo. De esta manera la niña podía observar la calle y nuestros juegos sin traspasar siquiera el umbral de su puerta de casa.
   La niña se fue haciendo mayor sin pasar siquiera por la adolescencia. Con la mayoría de edad y cuando salía a comprar con su madre parecían dos personas clónicas. Dos mujeres de edad indeterminada, casi idénticas y siempre juntas.
   Así trascurría su vida. La más joven comenzó a trabajar limpiando casas de buenas familias.
   La mujer más mayor se seguía haciendo mayor.
   La mujer más joven la cuidaba con mimo.

   Y llegó la pandemia.
   La mujer más mayor enfermó. Tenía patologías previas y en una de las visitas imprescindibles durante el confinamiento que tuvo que hacer al centro de salud cogió la enfermedad.
   Fue ingresada en el hospital.
   La separación con la hija no ayudó a la cura. Tampoco ayudaron las terapias usadas. No pudo superarlo.
   La hija mientras su madre estuvo ingresada se quedó, como todos, en casa. Todo el tiempo estaba a oscuras, rezando para que su madre se recuperara.
   Desde que la ingresaron no pudo ver a la madre ni antes ni después de fallecer.
   La hija quedó sumida en un mutismo y pesadumbre extremos.
   La madre quedó enterrada en el cementerio del pueblo.
   Desde el día en que se pudo salir a la calle y acudir al camposanto,  la hija acudía cada día por la mañana y también por la tarde a visitarla. Le limpiaba la lápida cada día y se colocaba lo más cerca de ella que podía para hablarle como si aún pudiera oírla.
   Si pudiéramos escuchar lo que decía le estaría diciendo que pronto se verían, que no se enfadara con ella, que de un momento a otro estarían juntas.
   Cada día la mujer más joven estaba más hundida por no poder estar junto a la mujer más mayor y ya no pudo más.
   Escogió el día y la hora. El día 1 de junio es el  día del Rocío, lunes  de Pentecostés, una festividad que pone término al tiempo de Pascua. En ella el Espíritu Santo ofrece valentía y libertad y así mismo posibilita la comprensión.
   Este día le proporcionaba lo que necesitaba: fuerza y perdón.
   Acudió al cementerio vestida de domingo después de haber acudido  a misa. Habló con la madre un buen rato. La madre se mostró complacida según su percepción, ya no le regañaba. La hija le había dicho que había llegado el momento de estar juntas.
   Salió del lugar y deambuló por la calle hasta que encontró la ocasión buscada. Después de santiguarse se lanzó a la calzada justo cuando pasaba por allí un coche.   

   Abrió los ojos mucho tiempo después.
-        -  ¿Mamá , mamá estas ahí? -se le oyó decir.
La enfermera le contesto:
-         - Tranquila estas a salvo, te recuperarás.
   Cerró de nuevo los ojos, dedicó unos minutos a entender que la nueva situación no era la que esperaba. Pasó así un rato, ¿minutos u horas? El tiempo no se puede cuantificar cuando todo trascurre con el pensamiento. 

   Se puede revivir un minuto durante horas o toda una vida en un minuto.

   Al abrir los ojos de nuevo se le oyó murmurar en voz baja:
- Mamá lo siento tendrás que esperar un tiempo mas para que podamos reunirnos. Sé que lo haré pero no es el momento. Hasta pronto mamá ya te lo contaré todo al verte, todo lo que viva a partir de ahora. Verás que cosas tan sorprendentes te cuento.


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